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Wild Disney Land

  • Foto del escritor: Miranda Bejarano Salazar
    Miranda Bejarano Salazar
  • 7 mar 2021
  • 2 Min. de lectura

Visita la publicación original en Columnas La ChontaDuro aquí


Sean bienvenidas y bienvenidos a Tropicalia. Les hemos traído el Amazonas a Francia. La réplica de la selva construida bajo un majestuoso domo de 20.000 metros cuadrados, contará con los mejores especímenes de la fauna y flora suramericana. Adicional a eso, podrán disfrutar de nuestros prestigiosos dormitorios, cerca del restaurante y la cascada de más de 25 metros. Cada noche, podrá asistir al gran show en vivo en nuestro gran escenario y quien sabe si el verdadero oso Baloo, del libro de la selva, baile para usted. Sin enfermedades tropicales ni peligrosos depredadores, la selva del Amazonas nunca fue tan entretenida y segura.


Ojalá fuera una broma. Mi cara de estupefacción no pudo disimularse cuando, la semana pasada, me encontré leyendo el artículo de Peter Yeung publicado en la revista Vice en el que describía el reciente revuelo que ha levantado el proyecto Tropicalia entre la población de Rang-Du-Fliers, un pueblo francés en donde se llevaría a cabo el “parque temático”. Más allá de asombrarme el excéntrico capricho del veterinario fundador del proyecto, Cédric Guérin, veo con cierta preocupación la concepción que muchos tienen de la naturaleza exótica como atracción turística.


No es la primera vez que un millonario se cree dueño y señor del equilibrio ecológico. Los colombianos aún cargamos con el lastre de Pablo Escobar, su legado, su fama y sus hipopótamos en nuestro río Magdalena. Tropicalia, un poquito más grande que la Hacienda Nápoles, se vende como un destino turístico que ayudará a la economía de la región. De fondo, mantiene la idea del siglo XIX del colonialismo verde europeo. En donde los imperios crearon parques naturales en áfrica para conservar de alguna manera la naturaleza exótica que ellos ya no poseían como consecuencia de la Revolución Industrial. La única diferencia es que en vez de conservar tales sitios ricos en biodiversidad, los señores feudales han decidido traer la selva al patio trasero de sus mansiones.


La sensación de lo exótico, que sólo está al alcance de quien pueda pagarlo, sigue siendo el mayor atractivo de los visitantes a las selvas de países tropicales o en su defecto al Animal Kingdom de Disney. En donde el poco respeto por las comunidades nativas y las especies endémicas es una constante que se ha mantenido en el tiempo. No se trata de conservar para desplazar a las comunidades humanas o de “resguardar” animales en una recreación de la selva más segura para ellos. Se trata de un cambio en la visión que tenemos los humanos como la especie dominante dueña del Edén que ha sido creado para satisfacernos.


La Amazonía sigue perdiendo árboles a diario, el aceite de palma sigue causando dramáticas escenas para los animales de Malasia e Indonesia y los hipopótamos en Colombia podrían tener un final polémico dado su descontrolado y peligroso crecimiento poblacional. No en vano, se le llama Antropoceno. Si es tanto el amor que se le tiene a las memorias de infancia en Suramérica y África, los 8.7 millones de dólares que Guerín invertirá en Tropicalia podrían ser mucho más aprovechables en la conservación de tales sitios que dice, son su inspiración.


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