Vacuna de ideas
- Miranda Bejarano Salazar
- 12 jul 2021
- 3 Min. de lectura
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En Washington están dando porros a las personas que se vacunen contra la Covid-19. La marihuana como premio, se encuentra entre las otras como cervezas gratis, entradas a juegos deportivos, loterías con dinero en efectivo ....mejor dicho, ya no saben qué más hacer para que la gente se vacune. A simple vista parece paródico que desde que vivimos en este mundo de covid, lo que más se aclamaba a nivel mundial era una “cura” ,algo que parara esta pesadilla, y ahora que ya la tenemos, la gente decida no tomarla.
La Covid-19, sin duda alguna, fue un detonante de muchas situaciones que se mantenían al límite de su funcionalidad, pero que con la pandemia, se sacaron al sol todos los trapos sucios. Tal es el caso del sistema de salud, la economía, las políticas públicas y la confianza en los medios de comunicación. En un mundo con tanta información y baja cultura de pensamiento crítico, países como Estados Unidos, Alemania, México e incluso Colombia empiezan a mostrar signos de una epidemia más grande y menos tangible: La incredulidad hacia la ciencia. La razón del desespero del gobierno de Biden, en el que el porcentaje de abstención de vacunación empieza a crecer, se debe al miedo de la población en general debido a las múltiples fuentes de información que desalientan el uso de la vacuna. La desinfodemia, como la titulan en uno de los capítulos del podcast de Shots de Ciencia, empieza a ser un obstáculo considerable en la inmunización de la población.
El inicio de esta pandemia tuvo un paciente cero, el cual se contagió por medio de un audio. Tal paciente se encontraba una tarde en medio de su aislamiento social preventivo e inteligente, cuando de repente, oprimió el símbolo de “play” en uno de los mensajes que había recibido por el grupo familiar, él como varios de los miembros del grupo, empezó a escuchar la argumentación y supuestas pruebas sobre la conspiración de los gobiernos al acordar dispersar un virus en su población con el único objetivo de tener una buena excusa para inyectarle al ciudadano de a pie un chip de control, un limitante de natalidad, una toxina cancerígena y un químico para eliminar la memoria. Por si fuera poco, tal vacuna sería experimental, de modo que la población del “tercer mundo”, de la que el paciente en cuestión hace parte, sería tomada como conejillo de indias. Una vez contagiado, él al igual que su familia, al escuchar la claridad de estos argumentos procedentes del más estudiado de los científicos del país, sintió con gran afán la necesidad de difundir esta información a sus contactos porque entre los síntomas, la ansiedad, es uno de los más comunes.
¿Está la batalla perdida? Como están las cosas, no vale la pena buscar culpables porque razones habrán muchas para elegir no creer en los medios, las instituciones y métodos. Lo que vale la pena resaltar de todo esto es la viralización de los sesgos cognitivos, aquellos por los que el cerebro, bajo de defensas, decide tomar como cierta cualquier tipo de información que le proporciona el ambiente. La zozobra de esta epidemia informacional causa en gran parte de la población fatiga al dudar de todo y desesperación al no saber en qué creer.
Como todo sistema de salud, para esta epidemia se hace necesario implementar mecanismos de prevención y acción, para lograr que la gente crea lo que quiera creer pero al menos con un buen fundamento. Entablar conversaciones con aquellos científicos encerrados en sus laboratorios; generar una cultura en la que la ciencia traiga consigo mayor simplicidad en su discurso y, por lo tanto, alcance; vacunarse contra las fuentes no confiables y difundir las herramientas útiles dentro del fact checking son algunas propuestas que surgen para inmunizar a la población contra la desinformación.
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