El nido vacío
- Miranda Bejarano Salazar
- 4 abr 2021
- 3 Min. de lectura
Visita la publicación original en Columnas La ChontaDuro aquí
Somos varias personas las que recordamos con los ojos aguados la cara inanimada y siempre sonriente de Woody, en Toy Story 3, viendo como el ahora adulto Andy parte en su carro para vivir fuera de casa y comenzar su vida universitaria. “Adiós vaquero” es la frase destacada de esta escena que marca el cierre de la infancia de Andy y de paso la nuestra siendo fieles espectadores de esta gran producción de Pixar.
El ser humano, suele tener un bajo número de descendencia a cambio de un largo periodo de cuidado parental para asegurar la supervivencia de las crías. A este comportamiento se le conoce como estrategia de supervivencia K. Como el ser humano, es incontable el número de especies, entre vertebrados e invertebrados, que han optado por esta estrategia para su reproducción. Durante este periodo, los padres proveen a sus crías de protección y recursos, además de la enseñanza de comportamientos como la búsqueda de alimentos, la comunicación con los otros individuos de la especie, la defensa ante amenazas entre otras cosas que posiblemente se me escapan. Básicamente se les enseña las habilidades básicas de supervivencia.
Tras este periodo de tiempo, llega el momento de abandonar el nido. Los polluelos aprenden a volar y los humanos a tratar de manejar sus finanzas personales. Para los humanos, la búsqueda de recursos se basa en mantener una economía estable que permita no morir de hambre en el intento. A pesar del instinto natural, la independencia económica de la era milenial se ve truncada por las inclemencias del ambiente laboral. En cifras de la consultora Cbre en 2019, países como el de Andy, Estados Unidos, el promedio de los jóvenes salen de casa a los 24 años mientras que en latinoamérica, la cifra aumenta a los 28 años.
“Hotel mamá” , aquel maravilloso lugar en el que no hay que preocuparse por el arriendo, la administración, servicios, declaraciones de renta y el eterno etcétera de la vida adulta, podría llegar a convertirse en un elemento importante para retrasar la madurez emocional. Según la psicología, entre los 13 y los 26 años, el ser humano comienza la búsqueda de identidad, que en muchas ocasiones, se contraponen a los cánones parentales. En la adolescencia, el cerebro culmina su desarrollo y pasa por procesos necesarios para el diseño y culminación de estructuras del de un adulto. Según el psicólogo evolutivo Erik Erickson, al no salir de casa teniendo un cerebro adulto, se prolonga la etapa de adolescencia por no traducir en acciones la independencia que demanda el estado mental del adulto joven.
En un país latinoamericano, dentro de un mundo que se repone de la fluctuante economía que deja la pandemia, ser “bon-bril” no solo se debe al capricho de no asumir las responsabilidades adultas o a una maravillosa relación con los papás. Salir de casa requiere de una inversión que muy pocos son capaces de asumir. Algo que sí es claro es la necesidad de que como jóvenes, nos sintamos con ciertos grados de independencia mientras se da el gran paso de dejar el nido. Por eso, aparte de relevar a los papás de los roles de género, no nos viene mal aportar a la casa en el grado en el que podamos, asumir responsabilidades financieras y darnos un respiro del ambiente familiar, nuestro cerebro lo agradecerá.
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